Al lado del bullicio de la gran ciudad, del estrés, de las prisas, de las preocupaciones, a escasos metros de Time Square, se encuentra Bryant Park, un pequeño parque rodeado de grandes y preciosos rascacielos, en donde nada más llegar se respira paz.
Gente descansando, jugando a la petanca, jugando al ajedrez, personas tiradas en el cesped tomando el sol sin ningún pudor, parejas charlando mientras comen un aperitivo, yuppies a la salida del trabajo bebiendo una (o muchas) cervezas, algún turista despistado, trabajadores del parque hablando animadamente, abuelos octogenarios cenando en el restaurante del parque, que te regalan una sonrisa al pasar por tu lado antes de retirarse a su casa en el rascacielos de enfrente, un rincón en donde comerse unos deliciosos calamares fritos, en su terraza con una cañita al atardecer, se hace especial.
Tal vez así se comprenda que Bryant Park sea uno de los sitios favoritos de los neoyorkinos, porque si hay una palabra que defina a este parque es VIDA, por eso le hace ser tan maravilloso, un lugar en donde se detiene el tiempo, un lugar que te despierta una gran sonrisa al llegar y tristeza al despedirte de el, un lugar a donde siempre quieres volver después de un día agotador.